Constitución Desconocida

La Constitución es la norma suprema de nuestro país, la más importante de todas y la que sirve de fundamento para todas las leyes y reglamentos. La cúspide de la pirámide normativa. Y, sin embargo, qué pocas personas se la han leído. Y de los que se la han leído, ¿cuántos la han entendido realmente? Pocos, muy pocos, seguro.

Parte de la culpa de esto radica en el propio lenguaje con que está redactada, que no facilita su fácil comprensión. Cierto que el lenguaje jurídico es preciso, concreto y exacto, que es necesario para concretar determinados conceptos. Pero no hace falta redactarla entera en términos tan complejos que la alejan de la mayoría de la población a que debe regir.

Para poder comprenderla mejor, puede ayudarnos retroceder al tiempo en que se redactó.

La Constitución es heredera de un momento crítico en la historia española. Tratábamos de salir de una dictadura para entrar en algo parecido a una democracia, aunque tampoco teníamos muy claro qué era eso. Lo que sí que se tenía claro es que necesitábamos atraer al máximo posible de población a esa nueva idea, y para eso había que romper de modo tajante con varias ideas muy fuertes que las Leyes Fundamentales del franquismo habían trazado. A estas ideas las califico como los traumas de la Constitución, porque esa es la sensación que me transmite ver los mismos conceptos repetidos varias veces en el texto.

El primer trauma es el pluralismo político. Estaba claro que había que dar cabida a todas las opiniones políticas en el nuevo modelo de Estado que se pretendía crear, alejándose así del sistema de un único partido admitido, el oficial, y los demás perseguidos: quien fuera pillado con un panfleto de alguno de aquellos partidos subversivos visitaría los calabozos por dentro. Había que acabar con eso y atraer a partidos diversos y exiliados para que ese invento de la democracia pudiera echar a andar.

El segundo trauma es el funcionamiento interno democrático. Hartos de sistemas basados en el “ordeno y mando”, se introduce esta coletilla al hablar de partidos políticos, sindicatos, asociaciones, Colegios Profesionales… La idea es que en toda agrupación humana se garantice el debate interno, las discrepancias, y la posibilidad de cambiar a los representantes-líderes por parte de los miembros del mismo colectivo.

El tercer trauma es la libertad sindical. El franquismo tenía un único sindicato, el Sindicato Vertical, de afiliación obligatoria tanto para trabajadores como empresarios, y cumplía su función, dentro de lo que era una dictadura, claro está. Se rompe esta obligatoriedad y se crean por separado sindicatos de trabajadores y sindicatos de empresarios (a los que se llamó asociaciones empresariales). Creada esta libertad, lo primero que se le hace es limitarla para quienes se ven sometidos a disciplina castrense (militares y Guardias Civiles) y para determinados funcionarios, como los jueces y magistrados. Es decir, que limitamos esta libertad precisamente a quienes encomendamos la tarea de velar por los derechos de los demás. En mi opinión, mal empezamos.

 

Para atraer a todas esas sensibilidades políticas se buscó el máximo consenso posible. Para ello se trató de contentar a todos mediante el uso de términos vagos e indefinidos que pretendían contener valores amplios y aceptados. Sin embargo, no tardó en apreciarse que no es posible contentar a todo el mundo, y comenzaron las tensiones. Por ejemplo, se usó el mismo término (“nación”) para referirse tanto al total del país como a las regiones que la componen (“nacionalidades”); no tardaron en aparecer voces que clamaban que, al usarse la misma palabra, eran lo mismo y reclamaban un diálogo de tú a tú entre el todo y la parte. Conclusión, no es posible contentar a todo el mundo siempre, y la eterna búsqueda de consenso genera insatisfacción. Así, hay quien reclama una reforma en profundidad de la Constitución para que se superen estas, y otras, asperezas. Hablaremos de la reforma constitucional en otra entrada.

 

Pese a estas críticas, vamos a acabar con algo muy positivo, consecuencia precisamente de esa indefinición. La correcta redacción y la amplitud de los conceptos utilizados han permitido que la Constitución se adapte a los nuevos tiempos. El artículo 18.3 recoge el secreto de las comunicaciones y nombra las postales, telefónicas y las telegráficas… ¿Cuántas personas han usado un telégrafo (no un telegrama) en los últimos 40 años? Si ahora usamos el whatsupp, el mail, la videoconferencia, el periscope… ¿significa esto que el telégrafo sí está protegido pero las novedades tecnológicas no? Para nada. Como se usan para lo mismo, comunicar de forma rápida lugares alejados, cuentan con la misma protección.

Algo parecido ocurrió con el matrimonio gay. Al hablar del matrimonio, la Constitución habla del hombre y la mujer, pero no dice “entre ellos” ni “el hombre con la mujer” ni nada similar, por lo que pudo aprobarse una ley autorizando el matrimonio homosexual sin tener que reformar la Constitución. Sin embargo, estoy seguro que nadie en las Cortes de 1978 pensaba en la posibilidad del matrimonio gay al redactar el artículo 32: no me lo creo, no en aquellos tiempos.

La indefinición de la Constitución ha sido aprovechada para darle el sentido que los tiempos demandaban de ella.

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