Las campañas electorales hacen creer que los españoles elegimos a nuestro Presidente/a del Gobierno. Es falso. Vivimos en un sistema en que votamos a los miembros del Congreso y el Senado, y los Diputados del Congreso –y sólo ellos- votan para elegir al Presidente del Gobierno. Esto se llama elección indirecta.
Que nadie se asuste. No se trata de ningún complot ni una conjura. Es algo que está en nuestra propia Constitución, con lo que basta con conocerla un poco para que no nos puedan confundir con medias verdades.
Lo primero que tenemos que entender es que nuestro sistema electoral es territorial. Es decir, que los puestos en Congreso y Senado se reparten territorialmente. Cada una de las provincias tiene un “cupo” asignado de Diputados y Senadores, con lo que no se cuentan el total de los votos de todos los españoles para repartir los escaños en las Cámaras de forma proporcional.
Este sistema ha favorecido la presencia de partidos regionales que, con menos de un millón de votos, han llegado a tener nueve representantes, mientras que otros partidos con cinco millones de votos se tenían que conformar con dos o tres. Como el sistema es territorial, dependiendo de dónde seas votante, tu voto sale más o menos rentable a la hora de obtener escaños. Con lo que no valen lo mismo los votos de todos los españoles. Se trata de una verdad manifiesta y apenas disimulada, pero que no se suele explicar tan claramente, pese a que tanto la Constitución como la Ley Orgánica de Régimen Electoral General lo establecen claramente, porque es muy políticamente incorrecta.
Veamos en qué consiste eso de la ronda de consultas con el Rey. Tras las elecciones y una vez han tomado posesión los nuevos Diputados, se forman los grupos políticos y se elige a la Mesa del Congreso. La Presidencia del Congreso tiene como primera misión reunirse con el Rey y facilitarle una lista con los representantes de cada uno de los grupos que se han formado.
El Rey se reúne con cada uno de los portavoces de los grupos del Congreso para tratar de averiguar a quién van a apoyar con su voto. Con esa información, el Rey encarga a alguien la formación de gobierno: ese es el candidato propuesto, que será el que (aparentemente) esté en mejores condiciones para ser elegido Presidente.
Ese candidato propuesto por el Rey acude ante el Congreso de los Diputados y expone cuál va a ser su “programa de gobierno” y pedirá que le elijan. En esta primera votación se exige que cuente con la mayoría absoluta del Congreso, que son 176 votos a favor. Si lo consigue, ya tenemos Presidente del Gobierno.
Si no consigue esa cantidad mínima de votos a favor, se convoca una nueva votación para 48 horas más tarde. En teoría, ese tiempo sirve para que se negocie el apoyo de otras formaciones políticas, pero es algo que deberían haber hecho antes.
Pasadas esas 48 horas, tenemos una nueva votación. En esta ocasión, se exige mayoría simple: más votos a favor que en contra, con lo que la abstención no cuenta y puede servir para facilitar la elección. Si el candidato consigue este apoyo, ya es Presidente del Gobierno.
Si ese candidato no lo ha conseguido, queda descartado y repetimos el proceso desde la ronda de consultas con el Rey, pero con un nuevo candidato. Y así podemos estar hasta un máximo de dos meses desde el día en que se hizo la primera votación con el primer candidato propuesto. Si no tenemos un Presidente para entonces, se disuelven Congreso y Senado y se convoca elecciones de nuevo.
Por cierto. El Senado no interviene en todo este proceso de elección del Presidente del Gobierno: así de simple.